jueves, 28 de abril de 2011

Printemps


Las mujeres de mi casa (en mi vida también están Chari, mamá y la abuela Teresa), me han dedicado un abrazo, a esas horas en que la falta de consciencia hace que nuestros actos sean espontáneos. Hoy han sido más bienvenidos.
He leído con interés primero y con entrega hasta el final, el discurso que Ana María Matute pronunció durante la entrega del Premio Cervantes que le ha sido concedido. Con entrega, digo, porque la dulzura que destila se ha adueñado instantáneamente de mi. Blandito como estoy, receptivo, éste de hoy es de esos días que uno necesitaría que el mundo al completo, al menos la gente que uno considera imprescindible a su lado, quizás no haya más mundo al otro lado, fuesen pasando en perfecta fila india, para dar un abrazo cálido, dulce, verdadero, necesario... Inesperadamente ha sido una señora de más de ochenta años, a la que no conozco salvo por sus "invenciones", quien ha venido a ofrecérmelo.
No ha dejado de sorprenderme cuando dice que con El Quijote lloró por primera vez leyendo un libro. Yo, que lo leí en la edición de Austral, fundamentalmente de madrugada, (siempre he pensado que a ello debo mi miopía y la fortuna de llevar gafas) aún recuerdo a mi madre viniendo a mi cuarto a decirme que apagase la luz y me durmiese, que ya eran las tantas y había que madrugar, después de preguntarme "¿de qué te ríes tanto?".
Mi amigo Jose (así, sin tilde), me ha regalado unas fotos de su patio, perfectamente engalanado, con motivo del festival de los patios cordobeses. Inmediatamente he dejado de lado lo que estaba haciendo y durante unos minutos me he dejado acariciar por las gitanillas, los pacíficos, las rosas, los jazmines y sobre todas las glicinias.
En cuanto tenga tiempo, me lanzaré a buscar en la red a ver si lo encuentro, el nuevo disco de Dulce Pontes. Casi seguro que encontraré otro abrazo.
Prometo que mañana pasaré todo el día dando abrazos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario