jueves, 14 de enero de 2010

Cadenas, picha...


Y se fue.
Sin hacer demasiado ruido.
Seguramente había previsto que nadie le dejaría marchar. Porque somos así, nos aferramos a una foto, una anecdota, un recuerdo, cualquier cosa que le impida desaparecer a la gente que nos gusta, a los que como él nos han querido. Afortunadamente se ha dejado querer, que los hay que son... ¡incapaces! que diría mi madre. Él no, quiero decir, él sí, no sé si me explico.
Decía (yo creo que se lo inventó)que su padre le enseñó que cuando se va a casa de un amigo, hay que llamar al timbre con el codo. Una tremenda muestra de su generosidad obsesiva. Sospecho que le gustaba más obsequiar que ser obsequiado. Salvo con los afectos.
Aún así su casa ha parecido siempre una especie de museo, atiborrada de regalos y recuerdos de amigos y conocidos, de lugares y de encuentros.
Ángela y yo nos preguntábamos hace unos días qué puñetas va a hacer su hija con tantísimo chisme.
Afortunadamente para nosotros, permanecerá mucho tiempo, siempre quizás, en nuestros recuerdos. Eso nos hará mejores.