lunes, 12 de abril de 2010

el diario de un loco

Un amigo lucentino al que en una noche de copas y conversaciones le sugerí que debía nombrar un biógrafo, me manda un texto a modo de fragmento de memorias que transcribiré literalmente como le prometí. Aunque no os diré quién es, seguro que los conocidos lo adivinaréis enseguida.

(Un sueño efímero o el diario de un loco)
Ya es jueves. Nunca le presté atención a ese dato histórico en el que estoy pensando en este momento: a los pocos días de explotarme el cerebro y el corazón, murió Franco, El Caudillo, El Generalísimo. Por eso, aquel -para muchos- esperado acontecimiento pasó a un segundo plano para mí. Aunque esté feo decirlo, supuso casi una fiesta para los varios millones de liberales de este país. Estábamos en aquella casa-pensión de la judería cuando la noticia bomba estalló y se corrió como un reguero de pólvora. Yo estaba ocupado en otros menesteres: absorto, confundido, perdido y asustado; presa en las terribles garras de aquel monstruo sombrío...
Recuerdo un susto que me dieron ese año en aquella casa. Fue un montaje perfecto, plausible. Arturo -mi compañero de habitación- fue el cómplice de aquel valenciano extraño y empollón que tenía alquilada la habitación de enfrente. Ese curioso e introvertido personaje con el que teníamos poco trato fue el auténtico artífice de aquella lúgubre y tenebrosa broma. Cualquiera se hubiese cagado.
La cuento:
Casi todas las noches nos subíamos (nosotros ocupábamos la planta baja) con la familia, a ver la tele. El valenciano siempre tardaba muy poco en bajarse a su habitación. Aquella noche -como todas- se largó mucho antes que nosotros. Luego lo hicimos Arturo y yo. Nos metimos cada uno en su cama, cerrada la puerta. Yo estaba estudiando -o mirando- unos folios, tendido, con mi cabeza apoyada en la almohada. De pronto, una mano se me puso encima, moviéndose por mi regazo. Miré a Arturo a mi derecha (un acto reflejo instintivo, pensando que era él). Lo vi muy lejos de mí, en su cama, con sus dos brazos y manos sosteniendo su lectura. Inmediatamente me entró un soponcio que me recorrió entero, un escalofrío desde la barriga hasta el cerebro, un gemido alargado, una congestión, un temblor; los folios volando, producto de la incapacidad y el descontrol locomotriz. Un "esto no puede ser, me he vuelto loco, que me coma el tigre..."
El cabrón del valenciano se había metido debajo de mi cama antes de llegar nosotros y, una vez yo tendido y relajado, había sacado su mano y me la había puesto encima. Fue ocurrente. Estaba un poco tocado aquel chaval...

De pronto me ha venido otra imagen de la niñez: un pavo sin cabeza, al que se la acababan de cortar, corrió pasando delante de mí como un loco, muchos metros, hasta salir por la puerta de la calle. Me quedé de una pieza; no lo podía creer. Era un fantasma decapitado, un truco de magia. Suele ocurrir...
Yo era un gran espadachín y me hacía el herido y el muerto mejor que nadie.
A propósito de espadachín, herido y muerto, voy a contar una anécdota que me sucedió en Madrid, en mi época de actor, haciendo de “extra” (figuración) para una serie de televisión.
Tal vez en otra vida, o en el intervalo entre vidas, yo pedí a la Providencia poder tener una existencia como ésta: sin la tensión de la guerra; sin frío; pudiendo dormir a cualquier hora en una gran cama; con abundancia de comida; sin tener que trabajar; sin problemas económicos; con una pantalla donde pudiese ver el desarrollo de la historia del hombre en todas sus facetas; la posibilidad de jugar al póker con regularidad; y facilidad para contactar con mujeres, incluso conquistarlas... Se me concedió... Entonces, ¿por qué tantas veces me he sentido desgraciado? Lo importante es que ahora respiro perfectamente y me relajo, aunque podría vivir mil veces mejor.
Estaba contando aquel pasaje de mi vida en el que ejercí de extra para aquella serie. Luego, cuando la pusieron, no vi ni un solo capítulo, no coincidió la cosa. "Réquiem por Granada" creo que se llamaba; con Manuel Banderas de protagonista (¿los hay peores?). No sé si era el actor principal, o uno de ellos, pero no me gustaba nada; aparte de que para mí que pierde aceite, como dice "Grijander". Huelo a un invertido a dos kilómetros. Respeto cualquier tendencia, pero hay algo que no digiero bien: los gays. Será que no los comprendo en absoluto, y de ahí ese rechazo. Por eso no hay nada en este mundo que odie más que ser confundido con uno de ellos por alguien que no me conozca bien.
Nos llamaron de una agencia para trabajar en la "guerra" de moros y cristianos. Una odisea para llegar al sitio donde se rodaba. Me vistieron de moro. Eso sí, la indumentaria era notable, sólo que mucho trapo y el calor era sofocante. Nos pusieron a pelear en una explanada por la carretera de Burgos... Vaya tela el adversario que me colocaron, en serio. El "cristiano" era totalmente lerdo: creo que era un poco retrasado. Los golpes con su espada sobre la mía (en forma de media luna) eran tan flojos, tan mal dados. De verdad, era sorprendente, digno de haberse tomado en vídeo. No había manera de que el capullo imprimiera ninguna contundencia en sus golpes. Un poco harto, acabé diciéndole:
-¡Clávamela ya!
Me hice el herido. Me arrastraba por el suelo. Todo eran parejas luchando, pero cada vez que pasaba por el lado de alguna en mi agonía, uno de los dos, los dos, ¡todos!, me clavaban sus espadas para rematarme; pero yo continuaba arrastrándome cada vez más de muerte herido. El director controlaba y dirigía (valga la redundancia) toda la escena de la batalla a lo lejos, dando sus consignas en forma de órdenes imperativas con un megáfono. De pronto se oyó a toda voz: "¡Muérete ya, cojones!" No me cupo la menor duda de que se dirigía a mí... Hijoputa.
Y no estuvimos casi horas, ni tragamos casi polvo por mil duros...
A lo lejos se veía a “la loba” haciendo de Boabdíl (el verdadero estuvo preso aquí en Lucena, en el castillo), tan limpito, tan arreglado, con su maravilloso caballo. Sin mojarse en absoluto, y seguro que cobrando un dineral.

viernes, 9 de abril de 2010

qué bien, nene

No os perdáis el vídeo de mi sobrino Pablo, porque realmente vale la pena escucharlo.