lunes, 11 de abril de 2011

en tu bar o en el mío

Desayunar al sol de primeras horas de la mañana es un auténtico placer.
Si además se tiene la oportunidad de hacerlo junto a alguien de conversación agradable, interesante, sosegada, alcanza un grado de satisfacción que puede hacer que el resto del día trascurra mejor. Pueden darse cualquiera de las características a que aludo o varias de ellas a la vez.
Es fundamental no hablar de trabajo. Mentarlo apenas, ya supone un aviso de que no se va por buen camino. Conviene rectificar cuanto antes.
La otra cara del desayuno, la otra posibilidad, es hacerlo en solitario.
Ni se me pasa por la cabeza desayunar con alguien que no me satisface. Conozco excusas más que suficientes y ni la edad, ni el ánimo me permiten pensar en esa eventualidad.
En solitario, es común que nos demos prisa por conseguir un diario, de los gratuitos si no hay otra cosa, y parapetarnos tras de él o enarbolarlo frente a los otros como si en las páginas que ven los que nos rodean, apareciese un rotundo "NO MOLESTEN".
Curioso contraste. Entre los dos tipos de desayuno digo. Porque todo el sosiego que produce áquel, dista mucho del encabronamiento que uno suele sacar como provecho de la lectura de la prensa. Lo que hace aún más ininteligible la tensión que se nota en un bar, cuando varios individuos aspiran a conseguir el único diario que posee un tercero, al que miran evaluando cuánto le queda para terminarse el último bocado de "jamonyó"; cuando en los inquisitivos ojos se puede leer claramente "¿cuándo piensa acabarse el café o es que no sabe que el café frío está malo?".
Por eso, si desafortunadamente no consigo encontrar a alguien con quien desayunar, y aseguro que me esfuerzo, lo hago solo y me dedico a mirar a quienes me rodean que es mucho más divertido y castiga menos el corazón.
Por cierto... ¿quieres desayunar conmigo mañana?

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