miércoles, 8 de julio de 2009

abanico vs "air conditioner"

Sostiene el maestro Saramago, al final del texto de la última entrada de su cuaderno: "Algunas personas se pasan la vida buscando la infancia que perdieron". Sostiene ser uno de ellos.
A partir de determinada edad o quizás por tener un carácter determinado, parece que recordar se convierte para muchas personas, es un recurso frecuente que aparece en cualquier conversación, sobre todo si es relajada, entre amigos o conocidos de los que nada se teme. No faltan razones si tenemos en cuenta que una vez alcanzada la cima de la gráfica, que representa la mitad de la vida que los estadísticos nos asignan, sería lógico pensar que nos acercamos al final de la misma. O por decirlo al modo de "la botella medio llena", hemos vivido más tiempo del que supuestamente nos queda por vivir.
Son recurrentes en estas conversaciones los juegos con los amigos en la calle, primer objetivo ansioso de cualquier niñez. Las aventuras en las huertas de las afueras, para los que como yo hemos sido de pueblo, en las horas de la siesta de nuestro tórrido verano. Aliviada nuestra calor sólo con el jugo de alguna fruta robada al descuido del hortelano, bajo el chorrillo de cualquier acequia o por inmersión en la alberca abandonada, de opaca y deslumbrante agua verde y bordes a los que la verdina hacía inasibles.
Inimaginable en esta era del aire acondicionado. Menos efectiva, pero mucho más poética, la penumbra de las casas, tras las cortinas movidas por la leve corriente del aire cuando la había, el ligero zumbar de las moscas machadianas y el vaiven acompasado del abanico, produciendo un curioso tintineo en su cíclico chocar con el pecho de las mujeres y las medallas en él suspendidas. A modo de base melódica, el suave sonido de la mecedora y al fondo las chicharras en pleno éxtasis frotatorio. Finalizaba la sinfonía, el recogimiento seco, exacto, de las varillas del abanico sobre sí mismas y el suspiro definitivo.
Tal vez, recordar la infancia, es una forma de no perderla, maestro.

1 comentario:

  1. Por lo visto era Protágoras y no Aristóteles el que dijo la célebre frase, el hombre es la medida de todas las cosas. ¿Quiere esto decir que nada tiene una medida determinada sino que la dimensión la aporta nuestra propia percepción? No sé, no sé…
    Recuerdo las sandías de entonces, las de la infancia, con sus pipas negras, grandes y gloriosas. ¿Qué le ha pasado a las pipas de las sandías? o ¿Qué me ha pasado a mí? Ahora las veo raquíticas, descoloridas y escasas? No busques más. La infancia se encuentra dentro de una de aquellas frutas, como la carroza de Cenicienta lo estaba dentro de la calabaza.

    ResponderEliminar